sábado, 21 de mayo de 2011

Camel, Rajaz


CAMEL / ‘Rajaz’
Camel Productions, 1999 / Tiempo Total: 58:09

THREE WISHES / LOST AND FOUND / THE FINAL ENCORE / RAJAZ / SHOUT /
STRAIGHT TO MY HEART / SAHARA / LAWRENCE.


UNA VERDADERA OBRA MAESTRA DE CAMEL
QUE SE SITUA ENTRE LOS MEJORES, SINO EL MEJOR, DE SUS DISCOS.

Camel es un claro ejemplo de agrupación de rock progresivo que supo mantener con coherencia una interesante propuesta musical a lo largo de las diferentes etapas vividas por la banda y concluyó la década del ’90 con uno de sus mejores trabajos, y por qué no, uno de los más logrados en el género.
Con su obra ‘Rajaz’, Camel completa una interesante trilogía musical iniciada con ‘Dust And Dreams’ (1991) y el notable ‘Harbour Of Tears’ (1996) de carácter oscuro e intimista. ‘Rajaz’ se trata de un álbum conceptual que consta de ocho temas enlazados. Está inspirado en un tipo de poesía árabe y relata una solitaria travesía a través del desierto y un objetivo primordial: Concluir el viaje.
Cuentan estrofas de su librillo interno que quienes se transportaban en caravanas a través de la inmensidad de las arenas del desierto iban entonando estrofas cantadas con la simple métrica musical dada por el paso de los animales durante el agotador viaje, y esa es precisamente la poesía de Rajaz.
Andy Latimer interpreta la totalidad de las letras en los seis temas cantados, e incluye guitarra acústica en alguno de ellos, un hecho llamativo dentro de la discografía de Camel. La temática desarrollada en ‘Rajaz’ le permite a la banda crear diversidad de climas sustentados principalmente en los conceptos de melancolía y soledad. Profunda y reflexiva, la placa expresa mucho sentimiento a través de la guitarra de Latimer, el bajo de Colin Bass, los teclados de Tom Scherpenzeel, y el gran trabajo de Dave Stewart en batería.
El disco inicia con un clima floydiano en “Three Wishes” (6:58) que se sostiene durante algo más de dos minutos y medio por los teclados y fraseos de guitarra hasta el ingreso de la batería y el bajo que llevan a una interpretación de gran vuelo instrumental en donde Latimer y Scheperzeel alternan en contrapunto sus instrumentos. “Lost And Found” (5:37) es una proeza típicamente cameliana y el primero de los temas cantados que concluye con un hermoso solo de guitarra. En “The Final Encore” (8:05) crean una atmósfera de cierta tensión y misterio, signada por ritmos de tradicional música árabe. Un clima introspectivo se desarrolla en “Rajaz” (8:15) guiado en parte por el cello de Barry Phillips que alterna con algún pasaje de flauta hasta el momento en que la guitarra acapara protagonismo sobre una serena base que parece prolongarse climáticamente en “Shout” (5:15), la canción siguiente. “Straight To My Heart” (6:23) parece no querer abandonar ese clima, y al promediar la pieza, sorprende la banda sonando a pleno y quebrando la atmósfera concebida hasta entonces. “Sahara” (6:42) es el segundo de los temas instrumentales y posee la capacidad de transformar la calma inicial que lo caracteriza en un sentido y furioso encuentro de contrapuntos, con la banda a pleno concibiendo otro de los grandes momentos del álbum. El cierre de la placa está dado por el más extenso de los temas “Lawrence” (10:46) de neto corte sinfónico, que le permite a Camel crear el más sentido y visceral de los temas de un gran disco. Otro, de sus grandes discos.



Personal:
Andrew Latimer: guitarras, voz, flauta, teclados, percusión
Colin Bass: bajo
Tom Scherpenzeel: teclados
Dave Stewart: batería
Barry Phillips: cello

Extracto: nueve/octavos magazine

domingo, 15 de mayo de 2011

Ian Anderson... el hombre del abrigo roto



Cuando a Ian Anderson se le pregunta si Jethro Tull es un proyecto personal o una banda, responde de manera casi matemática: ‘Jonathan Noyce, nuestro bajista, ha sido el último miembro en unirse a nuestra banda, y de eso han pasado más de 5 años ya. Doane Perry hace algo así como 20 que toca batería con nosotros, Andrew Giddings lleva más de 10 años tras los teclados de Jethro Tull y Martin Barre ha sido el guitarrista desde nuestro segundo álbum’. Evidentemente, Jethro Tull está destinada a ser la más antigua agrupación de rock progresivo en actividad constante desde su fundación. Esa matemática práctica que Anderson aplica desde su verborragia ha sido el motor impulsor de la música de Jethro Tull durante más de 40 años. El hombre que durante los 70’s lució larga cabellera, prominente barba y dio vida sobre el escenario a Aqualung (aquel mendigo de abrigos rotos, protagonista del disco homónimo, nacido de la imaginación de Anderson e inspirado por el trabajo fotográfico de su por entonces esposa, Jennie Franks, quien se encontraba retratando vagabundos y marginales en las calles de Londres) es dueño de más de 40 establecimientos dedicados a la cría de salmón, la mayoría de ellos situados en Sudamérica. Como un juglar se ha deslizado sobre escenarios del mundo entero y despertado remolinos de aplausos cada vez que esgrimió su típica pose al tocar flauta parado sobre una sola pierna. Ian Anderson es un frontman excéntrico y carismático. El hecho de haber sido quien introdujo de manera casi subversiva, un instrumento típico de la música clásica como lo es la flauta traversa, en el ámbito del rock, le ha permitido recurrir a su típico humor británico con constantes alusiones sexuales, pero a la hora de hablar seriamente, el músico escocés expone su pensamiento de una manera que no encaja cómodamente en la consigna ‘sexo, drogas & rock’n roll’: ‘El mundo del arte es famoso por estar vinculado a las drogas, pero yo no me he metido en eso. Nunca me pareció romántico o positivo. Cuando me convertí en músico profesional, todos los que conocía consumían drogas, excepto yo. Pero no fue una postura moral, sino instinto de supervivencia. Es cierto que tampoco me enganché con el sexo libre de los 70, no lo consideraba muy apropiado. En toda mi vida solamente pasé por un período de dos o tres meses en los que tuve un montón de relaciones casuales, y no es algo que recuerde con cariño: fue un mal uso de la emoción y perdí un tiempo precioso. Además, significaba que tenía que ducharme mucho más seguido… Me conmueven más los hechos reales del mundo que la perspectiva de los placeres frívolos de una gira. Hacer shows representa una gran exigencia física. Aún a mis veinte años quedaba tan agotado que volvía a la habitación de mi hotel, miraba televisión durante media hora y me iba a dormir. Me costaba mucho reunir la energía para algo exigente como tener sexo pegajoso. Siempre me preocupó más lavarme los dientes y guardar la ropa de trabajo. No soy sexy: si me viera después de un concierto, vería a una persona sudorosa, cansada y preocupada. El sexo no encaja en ese estilo de vida… A menos que usted tenga una hermana menor particularmente atractiva para presentarme.’. Claro, ver el despliegue físico que Ian Anderson realiza sobre las tablas es la justa explicación de su mentado cansancio. A sus veinte años, como bien decía, Anderson era una figura fulgurante e hiperactiva, y aún hoy con algo más de seis décadas sobre la espalda, sigue cautivando.
Ver un show de Jethro Tull es adentrarse a un mundo onírico y atemporal. Es como viajar en el tiempo para internarse en frondosos bosques medievales habitados por duendes alados que Ian Anderson tan bien describe en “Jack-In-The-Green”, esa hermosa canción incluida en el álbum ‘Songs From The Wood’ uno de sus más alegres discos compuesto justamente en el momento de ser padre por primera vez. El abanico estilístico-musical que Jethro Tull propone va desde el jazz al folk céltico e inglés, del blues rural al hard rock ó la música clásica con pinceladas barrocas e incluso renacentistas: Una evocación típica del rock progresivo de los años 70’s. Jethro Tull ha concebido obras fundamentales para la música de occidente durante el último tercio de siglo pasado, pero no mira hacia entonces para gloriarse: Su reciente álbum de estudio ‘j-tull dot.com’ tiene la mística y fuerza de sus mejores trabajos.
A veces se lo consulta sobre ¿Por qué Jethro Tull no ha grabado un álbum doble en estudio como la mayoría de sus contemporáneos? y Anderson lo asume como una cuenta pendiente, casi obviando que se ha permitido en más de una ocasión grabar canciones que superan los 40 minutos de duración (un disco completo con una única interrupción sonora, inevitable para invertir el vinilo) en álbumes como ‘A Passion Play’ (con cierta alegoría argumental a la  ‘Divina Commedia’ el poema épico de Dante Alighieri ) ó el clásico inoxidable ‘Thick As A Brick’ (ideando un poema escrito por un niño de inteligencia precoz y concibiendo un completo trabajo que incluye un periódico con noticias ficticias de un pueblo imaginario, que dio vida a lo que el propio Anderson llamó ‘la génesis de todos los álbumes de concepto’).
Pero Ian Anderson no solo es un flautista poco ortodoxo que se permite licencias como escupir gemidos, palabras o insultos a través del instrumento, también es un excelente cantante y un guitarrista maravilloso que genera cascadas sonoras con su mini-acústica-de-nylon que, como suele decir, ‘con tan pequeño instrumento uno se siente un hombre de grandes dimensiones’. En verdad, Ian Anderson es un músico de grandes dimensiones que ejecuta laúd, mandolina, balalaica, saxofón, armónica, gaita y diversidad de flautas y flautines que ha recolectado en sus viajes por diferentes culturas del mundo. Hoy, el hombre a quien la reina Isabel II de Inglaterra le otorgara en 2007 la Orden del Imperio Británico en Calidad de Oficial en reconocimiento a sus servicios al mundo de la música, se ubica muy cercano al clasicismo de "Bourée" la pieza original de Johann Sebastian Bach que se permitió adaptar a tiempo de jazz convirtiéndola en un clásico de su repertorio en vivo. Y ese clasicismo lo evidencia en trabajos solista como ‘Divinities: Twelve Dances With God’ aquel bello álbum que grabara junto a Andrew Giddings en 1995, integrado por 12 temas instrumentales en torno a conflictos espirituales y las religiones dominantes en el mundo.
En una de sus últimas entrevistas, Ian Anderson ha declarado que se siente vital y aguarda poder dar más música durante unos tantos años… quienes lo escuchamos, aguardamos entonces que su eterna ironía hecha poesía y los fraseos de su flauta encantada continúen arrastrándonos hacia esa celebración de los sentidos que sabe despertar con cada nota y parafraseando su canción poder decir: ‘Play Minstrel Play’.

 Ian Anderson en su típica pose. Dice que nació de la necesidad de sostener el micrófono con una de sus piernas durante un concierto.