EN SU TERCER DISCO SOLISTA TITULADO 'ON AN ISLAND', DAVID GILMOUR RETOMA EL 'SONIDO PINK FLOYD'. EN ESTE RETRATO INTIMO PUBLICADO POR EL PERIODICO INGLES THE GUARDIAN, DICE ENTRE OTRAS COSAS, QUE SE SIENTE VIEJO Y QUE LO INDIGNA SU INDOLENCIA.
por Emma Brockes
El club de jubilados de Chiddingfold tiene tapizados oscuros y es tan plácido como sólo puede serlo Surrey un día de semana. Jueves de por medio, los mayores de sesenta se encuentran aquí para jugar al bingo y ver fotografías. Los martes por la mañana hay actividades infantiles. Hoy, viernes, ensaya la banda bajo la dirección de un hombre de cincuenta y nueve años que tiene un aire lacónico.
-¿Estás haciendo eso, Phil, la parte de dow-wow-wow?
-Sí.
Phil levanta la cabeza de su guitarra y toca unas notas: dow-wow-wow. Hay una pausa cuando el sostenido se desvanece, y luego: “¿Está bien?
-Sí.
¡Bum! La banda resuena de forma tan atronadora, con una fuerza tan típica del rock de fines de los 70, que los posavasos se mueven en las mesas.
David Gilmour, ex guitarrista de Pink Floyd, un hombre cuya última presentación fue ante un público global de millones de personas en Live 8, vive a la vuelta de ese club, como también Phil Manzanera, ex guitarrista de Roxy Music. Por eso ellos y el resto de la banda ensayan en una pequeña sala que huele vagamente a escuela. Gilmour está a punto de comenzar una gira promocional de su tercer álbum como solista, ‘On An Island’, pero se verá obligado a tocar algunos clásicos de Pink Floyd. En los cuarenta años que pasaron desde que se formó la banda, ésta vendió más de 175 millones de discos. Se dice que en una de cada cuatro casas británicas hay un ejemplar de ‘Dark Side Of The Moon’.
Es fácil olvidarlo cuando se habla de Gilmour, que es modesto, algo inseguro y evita el contacto visual, pero de una forma más tímida que astuta. Dice que su esposa, la escritora Polly Samson, piensa que es “algo autista” y que solo logra expresarse bien a través de la música. Lo más cercano al rock and roll que hizo hasta ahora fue tener ocho hijos: cuatro con su primera esposa y cuatro con la segunda. Ocho hijos es algo ridículo, le digo, y él sonríe y contesta: “Estoy de acuerdo. Lo lamento mucho.”
La banda que formó en Cambridge en 1965 siempre fue calificada de elegante, en parte debido a la extracción de sus miembros –el padre de Gilmour era profesor de zoología- y en parte porque era reflexiva y tenía ambiciones musicales, por lo que en los años 70 impulsó la idea del álbum conceptual, lo que hacía que uno se imaginara a los integrantes sentados y discutiendo en términos de “arco narrativo”. Componían temas cultos con temas misántropos y un tipo de integridad que los hacía especialmente populares entre los varones adolescentes. Antes de encontrarme con Gilmour, le pedí a un amigo que me explicara cuál era el atractivo de Pink Floyd. Los ojos se le llenaron de veneración y susurró:
“So you run and you run to catch up with the sun but it’s sinking / Racing around to come up behin you again. / The sun is the same in a relative way but you’re older / Shorter of breath and one day closer to death.” (“Y uno corre y corre para alcanzar al sol, pero éste se hunde / Y se apresura a volver a salir detrás de uno / El sol es relativamente el mismo, pero uno es más viejo / tiene menos aire y está un día más cerca de la muerte.”). Es la letra del tema “Time”, una suerte de áspera versión rock de T. S. Elliot.
“Es un gran alivio no tener que llevar esa carga, la gran casa del caracol, -dice Gilmour haciendo referencia a Pink Floyd.- ya que a veces es un peso enorme. La presión es demasiado grande. Andar cargando con el nombre de Pink Floyd… No quiero estar en ese lugar.”
Gilmour sigue siendo muy atractivo, con labios carnosos y un rostro sin arrugas. Pink Floyd se caracterizaba por reducir su nivel de visibilidad personal mediante el recurso de la artística de las portadas de sus discos, que no tenían fotos de ellos. A diferencia de tantos de sus pares en el ámbito de la música, la fama no los hizo monstruosos, dice Gilmour, porque ellos tenían demasiadas ambiciones musicales y, de todas maneras, “para nosotros era una actividad part-time. Bueno, si recordamos los años 70, nosotros hacíamos una gira de tres semanas y luego nos tomábamos uno o dos meses libres. Después hacíamos otra gira de tres semanas. Teníamos mucho tiempo libre, que pasábamos en nuestras casas, en nuestro país. Ninguno de nosotros se dedicó por completo al rock and roll. Pero todos pasamos por épocas de confusión, o permitimos que nos confundieran.”
Gilmour elige las palabras. Su enfrentamiento con el bajista de Pink Floyd, Roger Waters, fue una historia muy inglesa que llevó casi veinte años en los cuales los dos hombres no se hablaron luego de que Waters se fue de la banda en 1983. (Waters declaró la muerte de la banda poco después, pero ésta siguió trabajando con éxito sin él.) Todo empezó con una pelea sobre créditos de composición de temas, pero la verdadera causa del conflicto, dice Gilmour, fue un enfrentamiento de personalidades. Se molestaban mutuamente sólo por ser quienes eran: la “imperiosa” personalidad de Waters versus el resentimiento de Gilmour, el hecho de “permitir” que lo “confundieran”. Cabe imaginar que, cuando llega el punto de una pelea, hace un buen alarde de agresión pasiva.
A Gilmour le hace gracia que, incluso después de tantos años, cuando la banda se reunió para Live 8 en julio pasado, ni él ni Waters habían cambiado lo suficiente como para disolver por completo las tensiones. Gilmour dijo que no las dos primeras veces que Bob Geldof le pidió que participara en el recital. “No porque no pensara que era una buena causa, sino porque sentía que todo estaría muy bien sin nosotros.” Finalmente aceptó y se organizó una reunión entre Gilmour y Waters en un hotel de Londres. “Fue muy raro estar en la misma habitación. Pero en dos minutos recuperamos la vieja dinámica. Roger estaba mandando. No lo digo con rencor. La gente tiene su propia personalidad, y Roger es como es. No puede evitarlo, así como tampoco yo puedo evitar ser como soy. La primera reunión fue formal y cautelosa. Luego ensayamos tres días juntos. Ensayé dos semanas solo en mi casa para volver a tener los dedos y la garganta en forma.”
Durante los ensayos volvió a surgir la misma vieja tensión entre ambos. “Fue un esfuerzo para ambos. A veces para mí era difícil imponerme, porque soy bastante cómodo y reticente. Y Roger es muy imperativo, por lo que había momentos en que queríamos que pasara algo, queríamos tomar una decisión, y no era como yo quería, de modo que discutimos un poco.”
Ahora Gilmour se ríe de cuánto trataron de evitar que eso pasara y de cómo trataron de controlarse. “¡Qué esfuerzos hizo por no ser él mismo, por no mandar!”, dice. “Y cuánto traté de no ser yo mismo y de insistir en lo que quería!” Se encontraron en un restaurante poco después de Live 8. “Las cosas se despejaron un poco. Sí, creo que parte del veneno se evaporó.”
El Sonido de siempre
El nuevo álbum de Gilmour suena en parte melancólico, en parte hawaiano y en parte, debido al uso de extraños efectos sonoros, como el canto de una sirena. Comparte los créditos de composición de muchos de los temas con su esposa, que también toca el piano y canta en el fondo. Si bien ya había colaborado con Gilmour en el álbum de 1994 ‘Division Bell’, esta vez el grado de su colaboración generará cierta indignación entre los puristas de Pink Floyd. “Sí, le preocupa mucho ser la (figura) Yoko/Linda McCartney.” Pero el álbum es bueno, y Gilmour hace una excelente defensa de los aficionados (su esposa empezó a aprender piano hace un año). “Soy un pianista pésimo. Pero compongo temas al piano muy seguido y a menudo la música deriva de mi torpeza. La falta de habilidad nos obliga a hacer cosas de forma más primitiva, y es en esa forma primitiva que uno suele descubrir algo.”
El y Polly se conocieron en una cena en casa de unos amigos. Cuatro años después, y a sugerencia de ella, la pareja donó el producto de la venta de su casa de Londres a la organización humanitaria Crisis. El tono del nuevo álbum refleja lo contento y tranquilo que está Gilmour ahora. Me pregunto si tiene alguna objeción a la palabra maduro.
“Mmmm. Dios mío. Es probable. Espero que el álbum transmita calma, que transmita una sensación de placidez, además melancolía y nostalgia…”
¿Acaso la conformidad no es enemiga del arte? “Supongo que, por más conforme que uno esté, nunca se dejan atrás los recuerdos del descontento ni el arrepentimiento por los errores cometidos.” Frunce el ceño, mira la alfombra. “Ni siquiera en el mejor momento se olvida el recuerdo de las peores épocas.”
Lo que más lo indigna de sí mismo es la indolencia. “A veces tiendo a no molestarme por nada.” El estilo de trabajo de Gilmour consiste en construir con lentitud y sólo volverse “del todo obsesivo” en la última etapa. Pero “no me gusta mi indolencia”. Sonríe. El panorama musical actual no le despierta mucho interés. El último disco que le produjo verdadero entusiasmo fue uno de The Streets. En la época en que se formó Pink Floyd, Gilmour tenía influencias tan diversas como “Bob Dylan y Leonard Cohen y también algo de Leonard Bernstein y Woody Guthrie.” Nunca se anima tanto como cuando habla de Dylan. Adopta una actitud atenta, se incorpora en la silla y dice. “Yo nunca fui de los que pensaban que Dylan era un monstruo por pasarse a la (guitarra) eléctrica. Me gustó el cambio. Pero debo decir que la fuerza del joven Dylan como cantante de protesta –el siempre lo negó pero lo siento, Bob, eras un cantante de protesta- residía en que tomaba la guitarra, tocaba ante una multitud y su música y sus palabras eran como una fecha. La gente subestima su capacidad musical. La melodía y las palabras se disparaban como flechas. A mí me sigue pareciendo increíble.”
Gilmour no compró el álbum de los Arctic Monkeys. Le gustan, dice, “pero es algo para jóvenes. Yo no puedo fingir que lo soy”. Suspira. “Mis pobres oídos y mi cerebro ya no… Es probable que eso me hubiera encantado cuando tenía veintitantos años.”
Volvemos a la sala de ensayo. Se empieza a hablar del exceso de exposición, un anatema para Gilmour, que sostiene que es injusto que en la actualidad los artistas jóvenes tengan éxito tan rápido.” La gente se harta, por ejemplo, de Norah Jones, porque está en todas partes, pero Norah Jones es genial.” Luego, Gilmour lee una reseña del nuevo álbum en el diario. “Supongo que debería alegrarme por las cuatro estrellas. Los viejos como yo ya no consiguen cinco.”
© The Guardian / Abril de 2006.-